jueves, 17 de noviembre de 2011

No siempre es la más fea



Ahora díganme la verdad ¿quién de ustedes sabe qué demonios es la, a estas alturas archiconocida, prima de riesgo?
Silencio...
Eco...
Silencio...
No oigo nada...
No hay respuestas.

Y miren que estamos cansados de oirla nombrar por la radio, la tele, en los periódicos y en las conversaciones de gente muy sabionda que parece dominar el tema de la crisis y que expone sus teorías alegremente mientras nosotros disimulamos, asentimos con la cabeza, hacemos aha, aha, de vez en cuando para que parezca que estamos atentos... Pero nada, ni idea.

Hay muchas palabras o conceptos de esos que ya nos resultan familiares y todo, pero que nunca nos preocupamos por averiguar qué son realmente porque ya de por sí, suenan muuuuuy aburridos.

Pero no se preocupen. En la próxima conversación podremos participar como si supiéramos, así ¡con desparpajo!, gracias al artículo que les pego a continuación. No tiene desperdicio. Tiene muchísimo mérito que este hombre escriba historias maravillosas incluso sobre cosas que suenan tan aburridas como la 'prima de riesgo'. Por cierto, si se ven con ánimos, tienen un buen día y se sienten valientes hagan click en el concepto para leer la definición auténtica.

Ahí va el artículo de Juan José Millás:

Conducía ella

"Me cuesta más hacerme a la idea de su muerte que a la de la ruina galopante a la que se dirige la economía. Cuando en artículos muy sesudos tropiezo con la expresión 'la prima de riesgo' me dan ganas de ponerme a llorar"






JUAN JOSÉ MILLÁS En mi colegio había un chico apellidado Riesgo que tenía una prima muy guapa conocida, lógicamente, como la prima de Riesgo. Así que cada vez que leo en el periódico que ha aumentado la prima de riesgo de la deuda española me acuerdo de mi infancia y de aquella chica maravillosa. El otro día localicé el teléfono de Riesgo y le llamé para preguntarle por su prima.

—Murió hace dos años —me dijo— en un accidente de automóvil, dejando dos hijos y marido.

Me quedé de piedra porque yo jugaba mucho con ella a que teníamos un accidente en un automóvil de juguete que había en la casa de Riesgo. El pasillo, muy largo, era la carretera y nos dábamos el golpe al derrapar en una curva que había a la altura del salón. Recuerdo que caíamos el uno sobre el otro (con gran excitación por mi parte) hasta que llegaba una ambulancia imaginaria que nos conducía al hospital. A partir de ahí el juego se diversificaba. Unas veces moríamos los dos, otras veces uno y en más de una ocasión yo me quedaba paralítico y ella cuidaba de mí durante el resto de nuestros días. Estuve enamorado hasta el tuétano de la prima de Riesgo, para quien yo, sin embargo, nunca llegué a significar nada. Al crecer nos fuimos separando. A mí me daba vergüenza mirarla, pues se convirtió en una adolescente turbadora que fingía no conocerme cuando nos cruzábamos en la calle o en el pasillo de la casa de Riesgo. 

Muchas veces, conduciendo mi coche por la carretera, he imaginado que llevaba a mi lado, de copiloto, a la prima de Riesgo. Cuando éramos pequeños, siempre conducía ella. Conducía fumando un cigarrillo imaginario, como las mujeres de las películas americanas de la época. 

Me cuesta más hacerme a la idea de su muerte que a la de la ruina galopante a la que parece dirigirse nuestra economía. Cuando en artículos muy sesudos tropiezo con la expresión ´la prima de riesgo´ me dan ganas de ponerme a llorar, no por la que se nos viene encima, sino por mi pasado. Siento que aquellos viajes imaginarios en el automóvil de juguete quizá fueron un ensayo de su muerte. Ayer volví a llamar a Riesgo para preguntarle quién conducía. «Ella», dijo.

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