Y les cuento esto porque la semana pasada hice dos labores muy importantes. La primera y primordial, motivo de nuestro viaje: recoger en persona mi título (¡Plas!¡plas!¡plas! -aplausos- ... leve inclinación hacia adelante y voz temblorosa: "Gracias a todos por su apoyo. Gracias de verdad.").
La segunda y no menos importante: viajaaaaaar, acción que la Real Academia Española define con una triste economía en las palabras como "Trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción"... cuando todos sabemos que es muuuuuuucho más que eso.
Hay muchas cosas que podría contarles y la mejor manera de hacerlo es ilustrando las palabras con imágenes porque bien cierto es el dicho que nos recuerda que una de las segundas vale por más de mil de las primeras.
Nuestro primer destino era Vic (población de la que ya les conté algo en otra entrada). La llegada era emocionante; esta vez suponía un punto y seguido (no "y final" porque ya sabemos que la formación no se acaba jamás y se perpetúa en la vida hasta que las neuronas quieran).
Aproximación al destino:
Tengo que decir que era la primera vez que hacía el camino desde el aeropuerto de Barcelona por carretera... toda una novedad ahorrarse la media hora del primer tren, la espera y la hora y tres cuartos del segundo.
Y al llegar y vencer (obtención del preciadísimo papelito que me habilita para traducir) hicimos un lindo recorrido por el centro histórico para volver a ver los detallitos en todas las fachadas y la inmensidad de los edificios.
Esta es la fachada de la Catedral de Sant Pere. Su historia es bien interesante.
Y éste, un puente antiquísimo por debajo del cual pasaba una cascadita de agua fresca de montaña y nadaba una familia de patitos a sus anchas.
...
Y de ahí a Girona.
¡Qué ciudad! Y pensar que tiene todos sus encantos celosamente escondidos, porque a mí nadie me había contado lo impresionante que es. En su momento debió concentrar mucho poder porque esa arquitectura no se hace de un día para el otro ni tampoco con dos centavos. Conclusión: imponente.
No debería hacer comparaciones porque son odiosas, pero quizás esta escalinata nada tenga que envidiar a la de la Plaza España de Roma.
Y esa arcada medieval del barrio judío, ayuda a la reflexión.
¿Y estas calles, perdidas en el tiempo?
Pónganse a pensar en la experiencia de tomarse una ensalada de rúcola con parmesano, pasas de uva, nueces y aderezo de balsámico en una de esas mesitas junto con una copita de vino blanco bien fresquito. ¿Paraíso?
Y para rematar, esos detallitos vintage que son como las perlas que, despedigadas por las fachadas, las tiendas y los escaparates impregnan de un ambiente entre parisino y años 20 que nos hace marcharnos con el puntito justo de fascinación y la dosis exacta de ganas de volver a saborear los rincones de una ciudad llena de charme.
'Colmados' de felicidad...
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