No solamente me fijé en
el labrador que lo acompañaba, como tengo por costumbre, todo él me llamó la atención.
Eligió el asiento libre
que estaba justo frente a mí. Era un hombre atractivo, de unos cuarenta y pico.
Alto, castaño, bien afeitado y con aspecto casi deportivo. Llevaba una mochila
pesada y se dirigía a la perra por el nombre de Suni.
Su mirada no parecía
perdida pero, a pesar de eso, me costaba
mantener la vista fija en sus ojos. En
cuanto se sentó, abrió la mochila y sacó
una especie de walkie-talkie con auriculares y se los colocó con cuidado. De
vez en cuando tocaba botones buscando no sé qué tipo de sonidos. No era una
radio, ni un teléfono, era un aparato que más bien parecía cumplir una función
no sólo útil sino imprescindible para él. Me pregunté qué sería pero no llegué
a saberlo.
Me dediqué a observarlo con
detalle, a él y a la perra alternativamente.
Quise saber cómo era su relación y averiguar hasta qué punto estaban
compenetrados. Ese vínculo humano-animal tan vital para ambos siempre me
resultó más que fascinante.
Al llegar a la parada
enrolló el cable con cuidado y guardó los auriculares en el mismo bolsillo de
donde los había sacado. Se levantó decidido y caminó hacia la puerta con
seguridad. Yo, oculta en mi anonimato, seguí contemplándolo unos pasos por
detrás.
Un pequeño inconveniente
con el torno de salida me dio la oportunidad de acercarme y dirigirme a él.
-
– Esta salida
está cerrada, pasa por aquí – le dije.
-
– Gracias –
dijo, dejando pasar primero a Suni y siguiéndola de cerca.
Esta breve intervención
por mi parte, dio lugar a una petición por la suya.
– Quizás me
puedes ayudar. Necesito encontrar la
salida que me lleve de la
Rambla hacia abajo.
Era la primera vez que yo
llegaba a aquella estación pero, no sé por qué, supuse que sería más fácil para mí que para él encontrar el camino.
Subimos las
escaleras y le acompañé sin dejar de hablarle. Le pregunté por la edad de la
perra y alguna otra trivialidad. Durante la conversación detectó mi acento y eso
dio pie a una introducción propia de un encuentro entre extraños ocasionales
con ganas de conocerse.
Después de caminar dos
calles, cruzar otras dos y acompañarlo hasta donde necesitaba, me despedí
dándole la mano.
-¡Qué mano tan grande
tienes! – dijo sonriendo- ¡Y qué fuerte
es! Me gusta― comentó.Y agradeciendo el paseo
se fue caminando con Suni calle abajo con la certeza de quien sabe a dónde va.
No pude quitármelo de la
cabeza durante varias horas.
Mientras me marchaba en la dirección opuesta seguí
preguntándome cómo sería su vida. Mi capacidad de empatía brotó a flor
de piel y por unos minutos intenté imaginar su día a día, su compañía y también su
soledad. La soledad de la oscuridad en la que estaba irremediablemente sumido a
causa de no poder ver.
qué bueno que lo hayas podido acompañar, espero que no se sienta tan solo como los videntes creemos =)
ResponderEliminarfah, qué lindo, a veces me pasa también que quiero poner me a hablar con gente por la calle, me alegra que hayas tenido oportunidad, quién te dice, quizá te lo cruces de nuevo :)
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