En Barcelona se puede pasear por una calle comercial una vez a la semana y descubrir que las tiendas se renuevan a un ritmo feroz y perderse en la vorágine hasta dudar sobre tu velocidad de asimilación de los cambios, y perder la noción del tiempo sin darte cuenta de que te empuja por detrás. Hay calles donde siempre se percibe una combinación extraña entre rebajas, navidades y manifestaciones varias porque el flujo de gente es interminable día y noche, increíblemente constante y también agotador. Pero aún así, es posible caminar y obviar el tumulto para detenerse sólo a observar detalles, que los hay y a montones. Las fachadas de los edificios son algo espectacular y no dejan de sorprenderme. Ninguna es igual a la otra y, a su vez, combinan perfectamente en barrios que lo admiten todo. Tienen molduras, grabados, pinturas, ladrillos y figuras decorativas extravagantes fruto de mentes tan brillantemente creativas como dispares, pero todo parece llevarse bien.
Y como las perritas guapas que vienen de ciudad-pequeña-casi-pueblo nunca lo habían visto, aprovechamos la circunstancia de que pueden viajar en tren, para darles un poco de mundo y algo con lo qué presumir en el parque contando que visitaron la Ciudad Condal.